La pobreza y la desigualdad social marcan la realidad social de muchos niños de Córdoba y el país: actualmente, entre el 10 y 27 por ciento de los argentinos vive en la pobreza y, de ese porcentaje, prácticamente la mitad son niños y adolescentes. Sólo en Córdoba, se estima que unos 600 chicos menores de 12 años están en situación de calle. Desde distintos espacios de la Universidad Nacional de Córdoba (Programa de Niñez y Juventud, SEU; diversas cátedras de la Facultad de Psicología y de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales; Taller de Lenguaje y Producción Radiofónica, ECI; y Seminario de Trabajo Social con Niños, Niñas y Adolescentes, ETS) se promueve la protección integral de los derechos de todos los niños, y la sanción de un Régimen Penal Juvenil respetuoso de todas las garantías procesales y penales.
La información proporcionada tiene como principal objetivo mostrar la orientación de la doctrina en relación a la consideración jurídica del niño y adolescente como sujeto de derecho. Ponemos atención en las categorías jurídicas “niño” y “adolescente” que incluyen los tratamientos jurídicos diferenciados para las niñas y los adolescentes. Es importante considerar que la Convención sobre los Derechos del Niño hace referencia al “niño”, mientras que diversas normativas internas distinguen entre los niños y adolescentes, tal como ocurre en el caso peruano en su Código de los Niños y Adolescentes.
Este espacio está reservado para colgar vídeos que refuercen las lecturas, el avance de nuestro curso y en algunos casos las explicaciones vertidas en el salón.
Aquí se publicarán diversos casos de la realidad para que puedan ser resueltos.
Caso 1
El pasado 15 de junio se publicó la última entrevista que dioJosé Matos MaraEl Comercio, con el que también colaboró como columnista de opinión. El reconocido antropólogo, que falleció el 07 de agosto del 2015, a los 93 años, había reflexionado sobre el conflicto social por el proyecto Tía María en Arequipa.
«La población tiene miopía, el gobierno cataratas y la empresa una ceguera total», mencionó el destacado intelectual en diálogo con la periodista Francesca García Delgado, advirtiendo además que Tía María podría terminar como la ‘ley pulpín’.
José Matos Mar nació en la ciudad de Coracora, capital de la provincia de Parinacochas, región Ayacucho, en 1921. Antropólogo graduado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), estudió además en la Universidad de París. Tiene cinco décadas como docente e investigador en antropología y ciencias sociales. Fue director del Instituto de Estudios Peruanos (1964-1984). Entre sus publicaciones resalta: “Desborde popular y crisis del Estado” (1984), en la que planteó que la migración andina formó un nuevo tipo de sociedad.
Este fue el diálogo:
— Han transcurrido 30 días desde el anuncio de la pausa aTía María. ¿La empresa y el gobierno aplican estrategias adecuadas para evitar una nueva crisis?
En lugar de ganar tiempo, lo están perdiendo. Si las cosas siguen así, este proyecto minero corre el peligro de terminar como la Ley de Empleo Juvenil (‘ley pulpín’). Existe un serio problema de lectura de la realidad de todos los actores. De forma irónica, podría decir que el problema del Valle de Tambo es oftalmológico: la población tiene miopía, el gobierno cataratas y la empresa una ceguera total.
— En una reciente encuesta nacional, más del 60% de la población se muestra a favor de la suspensión indefinida y la cancelación de Tía María. ¿Qué escenario se viene?
La tregua de 60 días ha provocado una “calma chicha” en el Valle de Tambo. La encuesta demuestra que en el ámbito nacional la opinión pública ha dado la razón a los críticos al proyecto. Ya no es un problema local, ahora es un tema de debate político y electoral que no podrá zanjarse fácilmente. Mientras tanto, en el Valle de Tambo la procesión va por dentro y la población solo espera que acabe el estado de emergencia para manifestarse.
— ¿Es posible superar esta situación sin mayores costes sociales o políticos?
Sí creo que hay salidas, pero estas tienen que ser poco convencionales, imaginativas, consensuales y participativas. Pero estas soluciones no pueden ser gratuitas, van a tener un costo político que cada participante tiene que compartir, haciéndose concesiones mutuas.
— ¿A qué se refiere específicamente cuando habla de esa ceguera generalizada?
La población adolece de miopía por un problema de representatividad política. El gobierno no conoce la realidad y está actuando a tientas. La empresa está peor, para ella no ha pasado nada, la agitación es obra de extremistas foráneos infiltrados. Nadie tiene cuestionamientos sociales y ambientales y la solución es una campaña de márketing.
— ¿Cuál cree que es el problema de fondo en este conflicto?
Creo que hay un tremendo miedo a la democracia. El problema principal es que el estudio de impacto ambiental [EIA] fue presentado a la población en 30 minutos. En ese lapso es imposible que se haya informado sobre la absolución de las 138 observaciones realizada por las Naciones Unidas (Unops).
— En este balance, ¿dónde ubica a los actores del gobierno?
La ministra de Energía y Minas [Rosa María Ortiz] ha dicho que el gobierno no admitirá un tercer EIA y tiene razón. ¿Para qué hacer un tercer estudio, si el segundo no se conoce? El ministro del Ambiente [Manuel Pulgar-Vidal] ha hecho una defensa muy talentosa y enterada del segundo EIA. No entiendo por qué no puede repetirla ante representantes de la población, universidades y colegios profesionales. Sin ser vinculante, la presentación y discusión del EIA en Cocachacra sería un gran ejercicio democrático. Eso generaría el debate técnico que el gobierno tanto ha solicitado.
— La empresa en estos días parece decidida a promover los beneficios del proyecto, que fue una recomendación del propio gobierno…
Esto no se resolverá con más promesas o spots de publicidad. Tiene que haber medidas concretas. Una medida positiva sería nombrar un alto comisionado independiente, cuyo papel sería establecer compromisos políticos con miras a la pacificación y no dar soluciones técnicas. Por último, buscar en el valle interlocutores sociales y no políticos, que representen lo que la sociedad quiere.
—¿Por qué funcionaría? ¿Qué lo haría distinto del primer ministro, de los ministros o del propio jefe de la Oficina de Diálogo y Sostenibilidad de la PCM?
Los ministros y funcionarios le dedican a la solución de este problema solo una décima parte de su tiempo. Se necesita que alguien se dedique a tiempo completo y que articule los esfuerzos del Gobierno Nacional y del gobierno regional.
— ¿Quiénes serían esos interlocutores sociales no políticos?
Los mejores interlocutores son los pobladores del sector medio y alto del valle, quienes han sido ignorados tanto por la empresa como por el Estado. En Chucarapi hay una asociación de vivienda, un frente de accionistas minoritarios, un sindicato, una asociación de jubilados, entidades que nunca han sido consultadas y que, por su cercanía geográfica, son beneficiarios potenciales del proyecto.
— ¿Este es el mismo desborde popular que usted describió en los años ochenta?
Este es un desborde popular “refinado”, en el cual las formas de relación de las masas populares con el Estado [toma de carreteras, enfrentamientos callejeros, paros regionales, etc.] se han ido perfeccionando desde que la movilización popular se instauró como forma de hacer política en el Perú.
— ¿Quién saldrá victorioso en esta coyuntura, el “Perú oficial” o lo que usted en sus libros llama “otro Perú”?
El “otro Perú” ya ganó la primera vuelta. El “Perú oficial” quiso imponer el proyecto usando la formalidad, pero el desborde de las bases se lo impidió. Si el Estado y la empresa no entienden este mensaje, el proyecto no va a prosperar.
Max Weber nació en Erfurt, la capital de Turingia en 1864. Hijo de una familia perteneciente a la burguesía liberal, Weber no escapó a un ambiente doméstico formado por un padre, destacado político y jurista, con una estricta autoridad y una madre calvinista y puritana con una fuerte vocación religiosa. Al entrar en la universidad, Weber ya había demostrado una notable erudición en cultura clásica e historiografía. Tras doctorarse a los 25 años, comenzó una brillante carrera académica. Enseñó Derecho en la Universidad de Berlín y Economía en Friburgo; y realizó una investigación empírica sobre el campesinado en Alemania.
El político y el científico está integrado por dos conferencias que fueron dictadas en 1919. En la primera conferencia «La política como vocación» Weber sintetiza sus aportaciones a la comprensión del Estado; distingue entre el estudioso de la política y el político, respecto a éste diferencia entre quien vive «de» la política y quien vive «para» la política; reflexiona sobre el proceso de burocratización del Estado y la vida política y sobre el papel cada vez más activo de los partidos políticos y sus consecuencias para la figura del caudillo en la disputa electoral. Mientras que en la segunda «La ciencia como vocación» Weber estudia los avatares por los que atraviesa un estudiante que pretende consagrarse a la vida científica; cuáles son los supuestos de la neutralidad valorativa en la producción del saber; las aptitudes que, tanto en docencia como en investigación, debe tener un profesor universitario, así como la actitud que, frente a cuestiones políticas, debe mantener dentro del aula.
La política como vocación
En el ensayo que lleva por título La Política como Vocacion, Max Weber, después de pasar revista a las formas que históricamente ha asumido la profesionalización política, y de constatar la precaria situación que afecta en su época -la Alemania de 1919-a la vocación política, se pregunta acerca de las motivaciones que pueden inducir a las personas a abrazar una carrera política. Weber reconoce que el ejercicio de la política trae consigo, conjuntamente con una secuela de consecuencias personales negativas, ciertas satisfacciones íntimas.
aquí, Weber sintetiza sus aportaciones a la comprensión del Estado; distingue entre el estudioso de la política y el político, respecto a éste diferencia entre quien vive «de» la política y quien vive «para» la política; reflexiona sobre el proceso de burocratización del Estado y la vida política y sobre el papel cada vez más activo de los partidos políticos y sus consecuencias para la figura del caudillo en la disputa electoral.
Proporciona, por lo pronto, un sentimiento de poder. La conciencia de tener una influencia sobre los hombres, de participar en el poder sobre ellos y, sobre todo, el sentimiento de manejar los hilos de acontecimientos históricos importantes, elevan al político profesional, incluso al que ocupa posiciones formalmente modestas, por encima de lo cotidiano.
Weber, La Política como Vocación, en el Político y el Científico, Alianza Editorial, 1967, pp. 152.
Weber empieza el discurso con un acercamiento al concepto de política, la cual entiende como: dirección o la influencia sobre la dirección de una asociación política, es decir, en nuestro tiempo, de un Estado. Dicho estado sólo es definible sociológicamente por referencia a un medio específico que él, como toda asociación política, posee: la violencia física.
Max Weber también define el estado como aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el territorio es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima.
Existen tres tipos de justificaciones internas, fundamentos de la legitimidad de una dominación. En primer lugar, la legitimidad de la costumbre. En segundo término, la autoridad de la gracia (Carisma) personal y, una legitimidad basada en la “legalidad”, en la creencia en la calidez de preceptos legales y en la “competencia” objetiva fundada sobre normas racionalmente creadas.
Max Weber se centra principalmente en el segundo de estos tipos: la dominación producida por al entrega de los sometidos al “carisma” puramente personal del “caudillo”. En ella arraiga, la idea de vocación. Esta figura es vista como la de alguien que está internamente “llamado” a ser conductor de hombres, los cuales no le prestan obediencia porque lo mande la costumbre o una norma legal, sino porque creen en él.
Max Weber, también habla de todas las organizaciones estatales y las clasifica en dos grandes categorías según el principio a que obedezcan. En unas, el equipo humano posee en propiedad los medios de administración, en otras, el cuadro administrativo está “separado” de los medios de administración, en el mismo sentido en que hoy en día el proletario o el empleado “están” separados de los medios materiales de producción dentro de la empresa capitalista.
En el Estado moderno se realiza, pues, al máximo la “separación” entre el cuadro administrativo (empleados y obreros administrativos) y los medios materiales de la administración.
En su estudio, Weber define al Estado moderno como una asociación de dominación con carácter institucional que ha tratado, con éxito, de monopolizar dentro de un territorio la violencia física legítima como medio de dominación y que, a este fin, ha reunido todos los medios materiales en manos de su dirigente y ha expropiado a todos los funcionarios estamentales que antes disponían de ellos por derecho propio, sustituyéndolos con sus propias jerarquías supremas.
Weber también hace una distinción entre políticos ocasionales y políticos semiprofesionales.
Políticos “ocasionales” lo somos todos nosotros cuando depositamos nuestro voto, aplaudimos o protestamos en una reunión “política”, hacemos un discurso “político” o realizamos cualquier otra manifestación de voluntad de género análogo. Políticos “semiprofesionales” son hoy, todos esos delegados y directivos de asociaciones políticas que, por lo general, sólo desempeñan estas actividades en caso de necesidad, sin “vivir” principalmente de ellas y para ellas, ni en lo material ni en lo espiritual.
Weber define además, las comunidades libres, que no son libres en el sentido de toda dominación violenta, sino en el de que en ellas no existía como fuente única de autoridad el poder del príncipe, legitimado por la tradición y, consagrado a la religión.
Según dicho sociólogo hay dos formas de hacer de la política una profesión. O se vive para la política o se vive de la política.
La política según el pensamiento de Weber puede ser “honorario”, y entonces estará regida por personas “independientes”, es decir, ricas, y sobre todo por rentistas; pero si la dirección política es accesible a personas carentes de patrimonio, éstas han de ser un puro” prebendado” o un “funcionario” a sueldo.
Para Weber es importante la evolución del funcionario moderno, que se va convirtiendo en un conjunto de trabajadores intelectuales altamente especializados mediante una larga preparación y con un honor estamental muy desarrollado, cuyo valor supremo es la integridad.
La evolución se inicia en las ciudades y señorías italianas y, entre las monarquías, en los Estados creados por los conquistadores normandos.
Pero la cuestión que ahora nos interesa es la de cuál es la figura típica del político profesional, tanto la del “Caudillo” como la de sus seguidores. En el pasado los políticos profesionales estaban al servicio del príncipe en su lucha frente a los estamentos.
Una segunda capa del mismo género era la de los literatos con formación humanística. Hubo un tiempo en que se aprendía a componer discursos latinos y versos griegos para llegar a ser consejero político y, sobre todo, historiógrafo político de un príncipe. Una vez que consiguieron desposeer a la nobleza de su poder político estamental, los príncipes la atrajeron a la Corte y la emplearon en el servicio político y diplomático. La cuarta categoría está constituida por una figura específicamente inglesa: un patriciado que agrupa tanto a la pequeña nobleza como a los rentistas de las ciudades y que se conoce por el nombre de “gentry”. Una quinta capa, propia del continente europeo, fue la de los juristas universitarios, que eran los que llevaban a cabo la transformación de la empresa política para convertirla en Estado racionalizado.
La conferencia de Max Weber es una invitación a la reflexión sobre la ciencia. En particular sobre la vocación de la ciencia. La vocación de la ciencia en dos sentidos: en el sentido, digamos, individual; y en aquel general. Aunque es una parte sumamente rica (quizás desde una aproximación sociológica),la ciencia como vocación individualsolamente nos encarrila hacia uno de los puntos primordiales de Weber: ¿importa la ciencia?, ¿Hay una “vocación científica dentro de la vida toda de la humanidad y cuál es su valor”?
Responder a la cuestión es analizar la visión contemporánea hacia la ciencia. De ahí la importancia en lo que el antiguo y el moderno pensaron sobre el problema: la visión platónica―fuertemente emparentada con la moderna― versa en la interpretación del mito de la caverna: “la luz del sol es la verdad de la ciencia, que no busca apariencias y sombras, sino el verdadero ser”. El moderno, de manera similar, reconoce que la ciencia buscaba “el camino hacia…la verdadera naturaleza”.
La visión de hoy ―que se envuelve de un aire posmoderno (de críticas como la de Nietzsche que terminaron por derrumbar las “ilusiones que veían en la ciencia el caminohacia el verdadero ser, hacia el arte verdadero, hacia la verdadera naturaleza…”) ―parece tener un sentido pragmático: proporciona, primero, conocimiento técnico que sirve para “dominar la vida”; además, nos provee de “métodos para pensar, instrumentos y disciplina para hacerlo”; en tercer lugar, nos proporciona “claridad” para desenvolvernos.
Esta “vocación” universal de la ciencia contemporánea deberá complementarse de sus propias limitaciones: el reconocimiento explícito de la existencia de presupuestos (¿qué no es esto laobjetividadhoy en día?) y la consideración de que toda producción se jacta de ser científica en la medida en que acepta como fundamental la posibilidad de ser superada.
Poder blando, en inglés soft power, es un término usado en relaciones internacionales para describir la capacidad de un actor político, como por ejemplo un Estado, para incidir en las acciones o intereses de otros actores valiéndose de medios culturales e ideológicos, con el complemento de medios diplomáticos.
El término fue acuñado por el profesor de la Universidad Harvard Joseph Nye en su libro de 1990 Bound to Lead: The Changing Nature of American Power, que luego desarrollaría en 2004 en Soft Power: The Means to Success in World Politics.
El valor del término en cuanto concepto o teoría política ha sido bastante discutido, a pesar de haber sido ampliamente utilizado como forma de diferenciar el poder sutil de la cultura o de las ideas, frente a formas más coercitivas de ejercer presión, también llamadas poder duro, como por ejemplo la acción militar, o como las presiones y condicionamientos de tipo económico.
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